Este viernes se conmemoran 39 años de uno de los episodios más trágicos en la historia reciente de El Salvador: el terremoto del 10 de octubre de 1986. Aquel día, un sismo de magnitud 5.7 sacudió con fuerza el corazón del país, dejando un saldo devastador: más de 1,500 personas fallecidas, miles de heridos y cerca de 200,000 salvadoreños sin hogar.
El epicentro del movimiento telúrico se localizó en el cerro San Jacinto, y su impacto se sintió a lo largo de una falla tectónica de unos 30 kilómetros, conectando con otras fallas activas que se extienden hacia el volcán de San Salvador. La fuerza del sismo provocó el colapso de numerosas estructuras, entre ellas el edificio Rubén Darío, uno de los más representativos de la capital, cuyo derrumbe se convirtió en símbolo del desastre.
En medio del caos, el entonces presidente Napoleón Duarte ofreció un balance preliminar: 890 personas muertas, 10,000 heridas, más de 150,000 damnificadas y pérdidas materiales estimadas en 10,000 millones de colones. Todo esto, además, ocurrió mientras el país atravesaba uno de los períodos más violentos de su historia: el conflicto armado interno.
Hoy, al recordar ese trágico 10 de octubre, no solo se rememoran las pérdidas, sino también la resiliencia del pueblo salvadoreño frente a la adversidad.


