Entre los pliegues del firmamento aparecieron nuevamente esas nubes que, para muchos, no son simples formaciones de vapor: las conocidas “nubes petateadas”. Para las generaciones mayores, su presencia despierta recuerdos, temores y supersticiones profundamente arraigadas: se dice que son heraldos de movimientos telúricos, presagios de que la tierra se alista para sacudirse.
Estas nubes, con su forma de copos blancos —como borreguitos dormidos en el cielo—, se extienden en capas ordenadas que evocan los tejidos de un petate artesanal. Su belleza es innegable, aunque para algunos venga acompañada de una sombra de preocupación.
Meteorólogos y sismólogos, sin embargo, insisten en que no hay base científica para vincular estas formaciones con los sismos. Su origen es bien entendido: aire cálido que asciende, se enfría, y se transforma en delicadas gotas de agua o cristales de hielo que flotan formando estos patrones celestiales.
Pero la ciencia no siempre borra las creencias. Porque a veces, lo que se ve en el cielo no solo se interpreta con los ojos… sino también con la memoria.


